Pan del Cielo

Era un domingo de Navidad e ibamos a ir a comer a la casa de mi tía Mela después del culto. Mi tía, siempre elegante e impecable, había viajado por otros mundos, conocía personas y costumbres diferentes; Nos los decía su plática, sus refinados modales y la decoración de su casa. Al llegar, nos recibió con cortesía y cariñosamente nos hizo saber que todo estaba listo, excepto los biscuits.

– Estarán en unos minutos… – Susurró.

-¿Te gustaría ver cómo los hago? – Le preguntó a mi mamá.

Mi madre esbozó una sonrisa que sólo las almas inocentes y puras, como la de mi tía, podían creer; pues nunca le había importado en lo más mínimo como se hicieran los «Biscuits», o lo que fueran.

-Si, esta bien!- Le contestó dulcemente.

Se dirigieron a la cocina y yo, detrás de ellas.

Mi tía, se colocó un fino delantal que la hacía lucir con una inmaculada pureza. Era blanco, con motivos navideños y  pequeños encajes alrededor. Inmediatemente, se dió a la tarea de recolectar los ingredientes que parecían estar listos a ser usados. Por donde quiera que abría las alacenas, los encontraba ahí, esperándola. La harina, el royal, sal…y como si danzara un vals delicado los fue trayendo hacia la mesa de la cocina  en donde los transformaría para que pudiéramos tener una mejor vista. Ya reunidos los ingredientes, comenzó a mezclarlos uno por uno, y ellos, parecían querer ser fusionados unos con otros. Con la elegancia de un director de orquesta, tomó una palita de madera para incorporar la mantequilla y así continuó, mientras conversaba en voz baja, temas familiares. Luego vació la mezcla sobre un velo de harina que había dejado caer con anterioridad y comenzó a amasarla, haciendo de ella una pasta que el mismo Miguel Angel, menospreciando el mármol, hubiera querido para formar a David y a Moisés. Sus manos eran las de una diosa y por momentos, nos dejaba ver sus uñas perfectamente arregladas.

Después, tomó un molde o corta pasta para darles forma circular y así, con ternura, logró dividirla en 12 obedientes seguidores que fué colocando en una charola para hornear. El horno impaciente, pero dispuesto; abrió su ser dejando entrar gozosa a la charola para comenzar a hacer su trabajo. En pocos minutos empezaron a adquirir un tono dorado cual rayos de sol al amanecer. Mientras tanto, como si fuera una hada de los cuentos, recogió los ingredientes que volaron a sus sitios y la cocina quedó otra vez limpia. Cuando los biscuits estuvieron listos, depositó los que parecían ser tiernos capullos de rosa en una cesta que cubrio con una manta transparente. El único requisito para saborearlos era simplemente, sentarnos a la mesa y comer ese pan del cielo.

Al terminar la comida, que por demás esta decir estuvo fabulosa,regresamos a la iglesia y luego a la casa.  Mi madre, no habló en todo el trayecto. Estábamos apenas entrando en la cochera cuando nos preguntó súbitamente,

– ¿Tienen hambre?

Como era una pregunta inusual, pensamos que no se sentía bien o que era una broma; de modo que la ignoramos y no le contestamos. Entonces insistió,

– Porque si tienen hambre, les haré unos biscuits para cenar.

Mi hermana miró al cielo torciendo los ojos…yo, abrí la boca…y mi papá, meneó la cabeza. En fin, salió del auto decidida a hornear esos biscuits, y nosotros tres, detrás de ella.

No lo podíamos creer.¿Qué había ocurrido? Mi hermana pensaba que tal vez eran síntomas de menopausia prematura; yo pensaba que era una señal inequívoca de que el fin del mundo se acercaba: «…..terremotos, pestes, hambre…y entonces, ¡Raquel cocinará!»  Por su parte mi papá, con lágrimas en los ojos, estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio, con tal de elevar a la santa y milagrosa tía a los altares.

Mi mamá entró a la cocina, se lavó las manos 40 veces y comenzó a recolectar los ingredientes murmurando,

-«…Por aquí deben de estar….¿Dónde?….No los encuentro…»

Parecía como si los ingredientes en lugar de querer salir estuvieran jugando a las escondidas. Después de que pasó un buen rato buscándolos, mi papá  se fue a ver los resultados de los deportes por televisión.

Al fin logró reunir los ingredientes: La harina, de tiempos milenarios y todavía en su bolsa sin abrir; El royal apelmazado, y la sal…..¡Todos maldiciendo su suerte! Comenzó entonces a revolverlos unos contra otros sin sentido y ellos parecían resistirse a tal empresa. Después de luchar unos minutos para que se incorporaran a la fuerza, mi hermana dijo que tenía que hacer la tarea y se fue a su recámara.

Con harina hasta los codos, no cesaba de amasar y amasar aquella bola diabólica. Finalmente, logró arrancar 12 engendros que abandonó en la charola para hornear. El horno parecía llorar y quejandose, les cedió el paso. Al ver el tiradero que dejó su travesura, tuvo la intención de usar la manguera del jardin para limpiar, pero se contuvo; y en vez de eso, usó una de sus mejores aliadas: La toallita con cloro.

Mientras tanto, los biscuits tomaban color; por momentos rayos de sol, por momentos noche sin luna. Y de repente, alzo la voz y dijo,

-¡Vengan a cenar! ¡Los biscuits ya estan listos!

Los extrajo del horno cual dentista inexperto y los dejó caer en una débil cestita.

La primera impresión que tuve al verlos  fue que necesitaba algo más que hambre, para poder comerlos. No obstante, la primera en intentar probarlos, fui yo. Pero, «como estaba mudando los dientes» me apresuré a sumergir el biscuit en leche, luego lo probé y dije que estaban buenos. Mi papá trato de dar la primer mordida, y al no poder, se lo comió entero; y dijo que estaban buenos. Mi hermana, quien parecía haber jurado decir la verdad, y nada más que la verdad, trató de dar la primer mordida y al no poder, grito con todas sus fuerzas:

-¡Este pan, parece piedra!- Lanzando el biscuit al suelo.

Mi mamá lo levantó y trató de partirlo sin éxito. Buscó luego al verdugo del molcajete para dividirlo y asi poder probarlo. Entonces, dijo:

– Esta duro…¡Pero esta bueno!- Y le dió un pedazo a mi hermana.

Alma, mi hermana, lo probó y asintió con la cabeza. En ese momento, el techo de la cocina pareció abrirse y los cuatro fuimos elevados a un nivel glorioso. Mi madre había logrado usar por primera vez el horno; nos había remontado a la edad de los Picapiedra; y había creado una nueva receta: La del delicioso «Pan de Piedra.»

Jesucristo sabía de pan y de panes. Los evangelios nos muestran cuando Jesús oró para que el pan diario no faltara; y las veces que Jesús lo mando a comprar, lo compartió, lo bendijo y lo multiplicó. La primera tentación fue la de convertir las piedras en pan después de haber ayunado 40 días; y en la última cena nos enseña, que podemos tomarla en memoria de El; o ser como Judas, que después de que tomó el pan mojado, salió para traicionarle.

También sabía de tipos de panes: El perecedero y el Pan que da vida eterna.

En Juan 6:25-59, Jesús reprende a los que le seguían sólo porque se saciaban con el pan que les daba y les declara:»Yo Soy el Pan de Vida».

¿Puede un alimento prolongar la vida? Actualmente, encontramos listas de alimentos para mejorar la salud,para retrasar la edad, para combatir el cáncer y otros males. También encontramos productores agrícolas que nos ofrecen alimentos orgánicos, más saludables que los comunes y producidos con el fin de nutrir y proteger el organismo humano de químicos y sustancias tóxicas. Con ellos, nos dicen, disminuiremos los riesgos de enfermarnos del hígado, riñones,sistema nervioso y tumores cerebrales. Pero aun consumiéndolos, moriremos; Como le sucedió al pueblo de Israel, que aun comiendo el maná en el desierto, pereció.

Es importante hacer notar que, cuando Jesús dijo éstas palabras, no se refería al pan como un bocadillo o complemento de la comida. Sino a una comida completa, en referencia al maná.

Interesantemente, Jesús no dijo  yo soy como el pan, dijo: «Yo Soy el Pan de Vida». La verdad central es que, Jesús, es entonces y primero que todo, alimento.

Como persona curiosa e interesada en la cocina me pregunto,¿Cuáles son las características e ingredientes de ese Pan Vivo?  En primer lugar, este Pan no se puede comparar a ningún otro. El proveedor es el Padre mismo y el comerlo nos da a saber su voluntad para nuestras vidas. Es un Pan que sacia y puede alimentar a toda la humanidad no importando raza, edad, género, posición social. El abasto esta garantizado, y contiene todo lo necesario para nutrirnos y evitarnos morir por las plagas que persiguen al mundo. Los ingredientes son, La Divinidad, Eternidad y Sustancia real de Dios mismo.

Entonces, debemos comerlo.

Al comer un pan cualquiera, por ejemplo, lo probamos e identificamos sabores….lo mismo con Jesús, lo comemos y meditamos en El. Los expertos en nutrición nos recomiendan comer despacio. Una deficiente masticación causará que no absorbamos debidamente ciertos alimentos. El proceso de digestión nos enseña que la comida es asimilada y transformada viniendo a ser parte literalmente de nuestro cuerpo. Desde los órganos que componen al aparato digestivo a todo el cuerpo transformándolo en nutrientes y minerales. Lo mismo sucede con Cristo. Madurar en la vida cristiana requerirá de tomar el tiempo debido a diario para comer de El, y al hacerlo, iluminará nuestra mente y dará paz a nuestra conciencia; nuestra alma recibirá misericordia y guía para crecer en gracia y conocimiento. Nuestros pensamientos, deseos y anhelos serán los mismos de Cristo; Nuestras manos serán las suyas y nuestros pies se encaminarán a hacer su voluntad. Comer de El significa estar con El y en El; ser como Cristo y para Cristo. El requisito indispensable es la fe y la condición es que nadie podrá comer por tí.

Una vez que lo hemos probado, sabemos que es la única comida que satisface. Esta es, entonces, la suma total de una experiencia espiritual completa.

Jesucristo puede hacer más que llenar estómagos vacíos y sin El, puede que podamos existir, pero no vivir. Jesús ofrece a nuestro espíritu su sustancia, si le rechazamos, no sólo estamos sin alimento, sino muertos. El ejercicio, el sol y el contacto con la naturaleza son importantes para el desarrollo, pero nada de esto es tan vital como la comida. No podemos vivir solo de sol…o haciendo ejercicio. De igual modo, nuestro espíritu necesita este Pan Vivo para tener vida en El. No hay otro alimento, no es la doctrina, ni la religión; es Jesús mismo.

Al acercarse la celebración de Navidad, recordemos a Jesús, el Pan Vivo que descendió del cielo, y comamos de El.

«Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque…A los hambrientos colmó de bienes…» Lucas 1:47 y 53

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