La Boda Perfecta.

Suertudina, creció observando videos de la boda de Diana Spencer y el Príncipe Carlos. Las imagenes de Lady Di arribando a la Catedral de St. Paul, en el corazón de Londres, así como el vestido de seda color marfil con diez mil perlas bordadas y una cauda de veinticinco metros de largo; representaban su sueño y el de cada mujer en el planeta. Embelesada, observaba a los distinguidos invitados provenientes de las casas reales, nobleza y aristocracia, luciendo sus mejores galas. La celestial música y la idea del momento de dar el «Sí», al heredero de la corona de Inglaterra frente al obispo de Canterbury dejaban a Suertudina, casi sin aliento. Le conmovía la belleza que irradiaba la novia al salir de la Catedral y su descender por la escalinata de la iglesia; imagen que cautivó a todo el mundo y que la convertirian más tarde en «la Princesa del Pueblo», como le hiciera llamar posteriormente el primer ministro, Tony Blair.

La fecha que eligió Suertudina para el dia de su boda, fue el 14 de febrero, el día del amor.  Aunque la boda sería al medio día, Suertudina abrió los ojos a las tres de la mañana, pues una leve punzada, la despertó,

– ¡No puede ser, la muela otra vez!- Pensó mientras se llevaba una mano a la mejilla.

Puso en práctica el remedio infalible de cerrar los ojos, tomar aire, y repetir tres veces seguidas: «No me duele, no me duele, no me duele». El remedio funcionó y se volvió a dormir, para despertar a una calurosa mañana llena de nerviosismo y preparativos de última hora.

Al arribar a la iglesia, notó inmediatamente que la seguridad del lugar estaba al máximo; pues el hijo de doña Beta (Doña Elizabetha), se encontraba a cargo y con una garra en la mano hacia señas murmurando:»viene,viene..» a cuanto carro se estacionara. Auxiliado con un mecate amarrado a un árbol, cerraba el paso a transeuntes procurando apartar lugar para estacionar el carro de la novia.

Al descender del automóvil y dirigirse hacia el atrio del templo, Suertunida se percató de algo extraño. No había ningún invitado afuera y en el interior del templo había poca gente.  Al llegar a la puerta su mamá le hizo saber de inmediato y en voz baja que la persona encargada de tocar la marcha nupcial, había tenido un contratiempo; en su lugar, le había pedido a Elton Juan, el hijo de la vecina, que tocara el procesional. El problema era que Elton estaba atorado en la lección número ocho del curso para piano «Enseñando a tocar a los deditos» y como todo un principiante y concertista en ciernes, comenzó a tocar el procesional, interpretando el ejercicio número seis de dicho manual titulado: » Dias de Béisbol».

El cortejo nupcial comenzó con la entrada de la robusta tía Estefania, apoyada en su andadera y vistiendo un diseño, «Llévese tres por el precio de uno»; a su lado, el tío Felipe luciendo orgulloso el uniforme y las insignias de policía bancario, debido a que no le dió tiempo de cambiarse la ropa.

Detrás de ellos Sofía, hermana del novio y futura cuñada, que con una peineta de plumas en la cabeza -símbolo de aristocracia y moda arcaica- trataba de contener la melena de leona en medio de un tornado. Alberto, su esposo, envaselinado a más no poder y caminando con delicado paso cual asustado venado -alargando el cuello y moviendo las orejas- intentaba ligarse a cuanta soltera veía.  Enseguida, los esposos Cuarto, Enrique Cuarto y Beatriz, a paso de gallo-gallina.

El momento tierno del procesional lo protagonizó la niña de las flores y sobrina de Suertudina, quien al ver al predicador a la distancia, se asustó y comenzó a llorar arrancándose la tiara de un jalón; su mamá, avergonzada por tal exabrupto, la hizo hacer el recorrido a la fuerza y a punta de «zapes».

En el altar y como si fuera el Príncipe Carlos…pero mejorado; se encontraba Inocencio esperándola como  un gallo comprado y listo a ser ejecutado. Atado al altar, parpadeante y parandose en un pie primero y luego en el otro, ya que los zapatos nuevos le apretaban.

En la puerta de la iglesia, asida del brazo de su padre y radiantemente hermosa se distinguía Suertunida como si encabezara un mitin por la avenida central rumbo al zócalo; pues todos los invitados morosos, se habían instalado justo detrás de ella arruinando la posibilidad de una buena fotografía.  La marcha nupcial comenzó a escucharse a ritmo de cumbia ya que Elton hizo su mejor esfuerzo, ejecutándola de oído.  Para no desairar a Leticia, la hermana del tío de Inocencio, Suertudina permitió que su hijo Andresito de apenas cuatro años, le sostuviera la cauda. A pesar de que Leticia lo amenazó con quitarle la espada de La Guerra de las Galaxias, Andresito, accedió a ser parte del procesional, alternando la espada al tiempo que se limpiaba la nariz y depositaba residuos en el vestido de la novia.

Al llegar al altar, la soprano Guillermina Vanessa ( Guillermina Van Essa), intentó entonar a capela, «El Padre Nuestro»; pero como Elton no tenía idea, le dió el tono dos octavas  mas abajo confundiendola y dando como resultado el maravilloso canto de una rana con flemas que sonó presagiando la unión con un Príncipe y el momento de un beso de amor que lo transformaría todo.

El ministro, con acento extranjero y vistiendo túnica extra larga, ignoró por completo la liturgia e improvisó la ceremonia que tardó cinco minutos en oficiar, para luego, pedir a los congregantes tomaran asiento y así comenzar a dar un sermón breve de 45 minutos. Habían transcurrido tan sólo 6 minutos de los 45, cuando la congregación se encontraba más perdida en el sermón que Adan en el día de las madres. Los ancianos asistentes se durmieron convencidos de que lo mejor de la fiesta, es la siesta; las flores se marchitaban y el calor empezaba a hacer estragos en el maquillaje de la novia.

Mientras que el ministro se hacía bolas en su prédica contestando preguntas que nadie se estaba haciendo, la muela de Suertudina, comenzó a pedir a punzadas, la intervención de un dentista.  Al terminar su elocuente y significativa homilía, el sudoroso y fatigado ministro les pidió a los novios se pusieran de pie y miraran a la congregación, para declararlos oficialmente como marido y mujer. Justo en ese momento, el llanto de su sobrinito Carlitos estremeció el templo y un «cállate o te pego», se escuchó por todo el santuario opacando la esperada pronunciación. Como el dolor de muela, no daba tregua, los novios se besaron discreta y rápidamente.

Al compás del ejercicio número siete titulado: «El cartero» , salieron del templo para descubrir el cielo nublado y la torrencial lluvia. A falta de paraguas de seda, los invitados se fueron corriendo al salón contiguo, en donde se realizaría la recepción.  Al entrar, Suertudina se dió cuenta que estaba repleto de invitados, todos ellos gente distinguida del pueblo que habían hecho a un lado el protocolo y como si fueran personajes de una cena medieval, se disputaban ferozmente los platos de comida.  El momento de las felicitaciones llegó y con ello las fotos del recuerdo en las que en todo momento apareció detrás de los novios la prima Engracia, quien hizo las veces de agente de seguridad pues además de estar bastante pasadita de peso y padecer un acné severo, nunca se despegó de ellos.

El dolor de muela se intensificó con el pasar de las horas, y al terminar la fiesta, la luna de miel se convirtió en visita urgente al consultorio del dentista quien les abrió sus puertas para practicarle una endodoncia y colocar una corona de oro en la restaurada muela.

Sufriendo todavía los efectos de la anestesia, Suertudina llegó a la conclusión  que su boda no había sido tan perfecta como la de Lady Di; y que aunque  Inocencio no tenía sangre azul y no heredaria trono alguno, era el hombre de sus sueños y de quien estaba completamente enamorada. El amor había triunfado a pesar de los inconvenientes de la boda. Se amarían y serían felices por siempre, como en un verdadero cuento de hadas.

El primer milagro que Jesús realizó, lo llevó a cabo en la cocina de una casa en donde se celebraba una boda, según el evangelio de Juan (San Juan 2:1-12).

Jesús y sus discípulos fueron invitados a unas bodas en una ciudad llamada Caná de Galilea. La escritura nos relata que mientras la fiesta de bodas se llevaba a cabo aparentemente sin contratiempos,en la cocina, los sirvientes preocupados reportaban que el vino se había terminado;situación que provocaría una verguenza social para la familia de los novios, si no se actuaba con rapidez.

María la madre de Jesús, también había asistido a la boda y se cree que era amiga íntima de la familia de los novios, debido a que fué una de las pocas personas que supo de la falta de vino y que tuvo la oportunidad de actuar con libertad, al dar órdenes a los sirvientes.  María, le comunicó a Jesús que el vino se había terminado, sugiriendole su intervención.

Si bien es cierto que la falta de vino provocaría sañalamientos sociales, también debemos decir que no era una cuestión de vida o muerte y que no tenía nada que ver con el destino espiritual de los novios.  En ese sentido, se entiende la respuesta que Jesús da a María, al decirle, » ¿Eso qué tiene que ver conmigo? todavía no ha llegado mi hora», refiriendose así, a que su hora para ser revelado como el Mesías y de ser crucificado como Cordero del sacrificio para salvación y perdón de pecados, no había llegado.(Jn. 2:4 NVI) Los que manipulamos alimentos, sabemos de los apuros que se pasan en la cocina, y de cuando algún ingrediente escasea de última hora, bien sea porque no calculamos adecuadamente las cantidades, o porque no tenemos los sificientes recursos para obtenerlos.

Me alegra saber que los primeros en ver un milagro realizado por Jesús, fueran sirvientes de la cocina. Sólo ellos supieron exactamente como sucedió. Obedeciendo al mandato de Jesús, llenaron de agua seis tinajas que podían contener ochenta litros cada una o tal vez más, y luego, sirvieron el agua convertida en vino, dándole la primera prueba al encargado del banquete.  Los comentaristas nos dicen que tal cantidad de vino era mucho más de lo que se podía normalmente ofrecer, en un solo evento.  Jesús, manifestó su poder al transformar el agua en vino, no sólo siendo humilde al no solicitar el crédito por haber realizado el milagro, sino también al mostrar la bondad y la generosidad de Dios.

El maestresala, lo probó y fué enseguida a ver al novio, quien al parecer tampoco se enteró que Jesús contribuyó para su felicidad; y de esta manera el novio fué felicitado por el organizador de la boda, debido al estupendo vino que se sirvió al final.  Esto me hace pensar, que es así, como en ocasiones, Dios tiene cuidado de nuestras vidas. ¿Cuántos milagros habrá hecho el Señor por tí y por mí, y no nos hemos dado cuenta? Al pasar de los años podemos reconocer que fue la mano de Dios, que ahora nos da la dicha de contar con felices recuerdos.  En este sentido, el milagro de las bodas de Caná de Galilea, se sigue realizando hasta el día de hoy, en la vida de muchos.

Para Juan, como para el resto de los discípulos, el milagro -sobre una situación en aprietos- se transformó en una verdad espiritual en ése mismo momento; y lo que en un principio nos parece no tendrá mucha trascendencia, traspasa las paredes de la cocina y del tiempo del tal modo, que San Juan, lo da a conocer en su evangelio 70 años después de la crucifixión de Cristo; presentandonos a Jesús como el Hijo de Dios viviendo entre los hombres y a quien se le puede invitar, tocar, ver y escuchar. Quien tuvo y sigue teniendo amigos entre los hombres y que se complace en sus días de fiesta;que podemos aproximarnos a El, en cualquier nivel de necesidad que tengamos y que lo que pudieran ser trivialidades para nosotros, para Jesús no lo son; si esta de por medio nuestro bienestar.  Más tarde, los discípulos entenderían que cuando el vino del judaísmo imperfecto se hubo terminado, Jesús vendría para ofrecer el mejor vino: su propia sangre derramada en la cruz abundante y para todo aquel que quiera beberla.

En una circunstancia de la vida cotidiana , y desde la cocina, Jesús dió testimonio del amor del Padre quien le envió para revelar su gloria y para que nosotros podamos creer en El, como lo hicieran sus discípulos en la boda que gracias a Jesús, fue perfecta.

«Depositen en El todas sus preocupaciones, porque El cuida de ustedes»

1 Pedro 5:7 LBL

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